Uno diría que los que nos pasamos el 2023 diciendo que Milei no podía ser nunca presidente, que era una anomalía del sistema político, que la democracia argentina se iba a encargar de purgarlo tarde o temprano porque para eso estaba diseñado el sagrado sistema de 1994, etc etc etc, deberíamos estar repensando todo en lugar de estar tirando frases del más elemental progresismo neoliberal como si fuesen máximas disruptivas e iluminadas. A un año del ballotage, más o menos, ya la tendríamos que estar viendo. Pero no. Esto no está pasando. Los peronistas en mase seguimos pensando que Milei es una desviación de la historia, o que es Macri 2, o imaginando un potencial final abrupto del gobierno libertario en un estallido maníaco y de la forma más pelotuda posible, ahora por obra del insostenible carry-trade. ¿Existe una fetichización más grande de nuestra propia impotencia política?
Por supuesto nada de esto sucede excepto en nuestras fantasías. Incluso si el gobierno de Milei estallase por los aires en seis meses (que no va a pasar) la fantasía recurrente de ese evento que entretenemos de forma patológica actúa reprimiendo la verdadera razón inconfesable por la cual necesitamos creer que Milei va a fracasar: no entendemos por qué perdimos, no entendemos cómo funciona la Argentina, no entendemos a quienes lo votaron y, más importante, no entendemos qué se rompió en el 2023 que no se puede reparar. Y tampoco estamos dispuestos a sugerirnos a nosotros mismos que quizás todo en lo que creímos y creemos esté mal, no sirva más o haya llevado a la Argentina a un insoportable estancamiento crepuscular y a su decadencia.
Hay sin embargo algo en lo que la interna peronista converge, en donde todos nos encontramos: los kulfistas, kicilofistas, camporistas, morenistas, peronistas ortodoxos, universitarios, pj ciudad, larroquistas, las boludas neoliberales de moleskine, los jóvenes lectores obsesionados de El Modelo Argentino, los gorditos antifa, los admiradores de la realpolitik abstracta, los sociólogos que se visten crotos, los cartoneros cristianos guevaristas, los massistas, los que larpean tacuara, los assets de la CIA, los jovenes serios egresados de la UTDT y los miembros de organizaciones que se llaman Nueva Generación, Generación para el Desarrollo, Desarrollo para las Generaciones, Nuevo Desarrollo y Nuevas Generaciones -organizaciones que es muy importante que existan porque creen que a la Argentina “no se la arregla con soluciones mágicas” sino “con un plan económico serio”, algo muy novedoso realmente- en fin, todos ellos nos encontramos en nuestro deseo desesperado de volver al tiempo atrás, cuando la Argentina estaba hecha mierda pero la entendíamos, entendíamos cómo funcionaba el sistema, entendíamos quién gobernaba (un partido neoliberal celeste), quién se le oponía (otro partido neoliberal amarillo) y qué sentido tenían las propuestas de futuro (más neoliberalismo, mejor administrado!).
La prueba de que todos los que se dicen peronistas no son peronistas es que prefieren entender cómo funciona la Argentina antes que salvarla. Y que confunden el hecho electoral con el hecho político.
Hoy los viejos acuerdos están rotos. Milei le tiró una bomba nuclear al viejo consenso post 1983, revalidado en 2003 con efectos desastrosos, que se fundaba en algunos puntos clave: democracia liberal, Estado intermediario, derechos humanos, derechos civiles, asistencialismo social, universidad pública, subordinación del capital industrial por la alianza extractivista-financiera. Y ¡qué suerte! porque a la Argentina ese gran consenso, que fue una prolongación del proyecto de subordinación de la dictadura, no le sirvió para un poronga, excepto para reafirmar su decadencia. Después de 40 años de neoliberalismo rabioso no tenemos absolutamente nada para mostrar contra 1982 ni contra 1976 ni contra 1973 mucho menos. No hay más infraestructura ni tenemos más influencia global, la economía es más chica y la sociedad está más empobrecida material y culturalmente y es más distópica. Lo único realmente genuino que nos dejó el neoliberalismo son tres copas mundiales, que -podría argumentarse (de hecho ya lo hice acá)- fueron mecanismos para sobrecompensar culturalmente nuestra modernización desequilibrada y desenganche.
En este punto, está claro que no hay modelo de desarrollo neoliberal “serio y responsable” para la Argentina. El sentido de un sistema es lo que hace. Y a nuestra patria hace 40 años que el orden neoliberal no le sirve, pero hace 15 que encima la degrada material, cultural e internacionalmente. Hay que largarlo ya, y esto significa, sin demasiada especulación, largar la democracia liberal, la hipertrofia estatal, los derechos humanos, los derechos civiles, el asistencialismo, la universidad pública y el consenso extractivista-financiero como lógica de concepción y gestión del país y como estrategia de imaginación de un futuro. ¿No podría ser esto un retorno posible al consenso del país peronista 1943-1973, retomar la senda del país donde empezó la verdadera anomalía histórica, en 1983-2023?
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En Argentina hay actualmente tres grandes clivajes. El primero es el viejo orden neoliberal del progre-peronismo, que es todavía defendido por el kirchnerismo, el kicilofismo, el kulfismo, el massismo y el cartonerismo sacrificial secular. Divide el mundo en buenos y malos. No vale la pena, está muerto y salvo una catástrofe climática no va a ganar nunca más nada. Tiene a la historia en contra. El segundo es el moreno-villarruelismo, que divide al mundo en nacionalistas y globalistas. Este es un poco más interesante, aunque en última instancia también manifiesta un anhelo imposible de retornar al siglo XX y todavía una recomposición del viejo orden neoliberal aunque del lado de los “malos”. Todavía no vio su derrota pero ya está derrotado, porque en el mundo que se abre con el triunfo de Trump ya no hay más globalistas, sino, en cambio una nueva elite de anti-globalizadores globales. Este es el espacio a donde fueron todos los ex progresistas cuando ya confirmaron que su posición previa era insostenible y para no sentirse tan garchados (el ejemplo máximo es Rebord). A pesar de las peleas estéticas de superficie, el morenismo y el progre-peronismo terminarán confluyendo porque no tienen imaginación y porque en definitiva comparten demasiados negocios.
Y el tercer espacio es el mileismo, que expresa el orden del futuro y al peronismo realmente existente. Y esta es un poco la paradoja de nuestro tiempo: todos los que se dicen peronistas no son peronistas porque están crónicamente aferrados a un orden muerto, y todos los que dicen que no son peronistas son en realidad peronistas, porque tienen pulsión de futuro y porque viven según la máxima nietzcheniana de que nada merece ser conservado. Estoy acá aplicando el meta peronómetro.
Hay tres razones por las cuales digo que Milei expresa el peronismo realmente existente. Si no querés seguir leyendo el artículo, son estas tres:
El peronismo renunció para siempre a representar y convocar a nuevos argentinos cuando eligió como jefa del PJ a una condenada jubilada que cobra 35 mil USD por mes. En cambio, Milei es el único político actual que le habla a la clase trabajadora lumpenizada.
El peronismo tiene un mensaje conservador y defensivo de un orden que hace 40 años no funciona para nadie excepto para sus dirigentes. Milei en cambio te convoca a destruirlo y construir la nueva utopía argentina.
La militancia peronista está fundida y sin línea y es apenas un mecanismo para enmascarar bajo una pátina de altruismo moralista una red de contratos con municipios y legislaturas. No convencen a nadie nuevo de votar al peronismo desde 2015. La militancia libertaria, en cambio, está viva, es horizontal y tiene la convicción de transformar la realidad.
Milei es la última referencia existente de la retórica anticapitalista sobre la lucha de clases
Esto lo escribí ya muchas veces, pero durante los últimos 40 años el sistema bipartidista, la forma predominante de la política occidental en nuestra era, se consolidó en torno a la apariencia de elección donde en realidad no había ninguna. Ambos polos convergían en la misma política económica y exterior reduciendo en última instancia sus diferencias a actitudes culturales y estéticas. Esto fue lo que intentó construir Ricardo Alfonsín en 1983, aconsejado por las masterminds del Grupo Esmeralda, con un radicalismo neoliberal y un peronismo renovador erigido en espejo, a su imagen y semejanza, aunque el triunfo de Menem en la interna contra Cafiero -la irrupción de la excepcionalidad argentina- tensionó ese anhelo y la crisis del 2001 lo hizo finalmente volar por los aires.
Después del estallido Néstor y Cristina -especialmente Cristina que era la que más miedo le tiene al pueblo-, ambos herederos espirituales de Alfonsín y del Frepaso, volvieron a intentar reactivar ese sueño de una institucionalidad ordenada y cenicienta, conectada por el tubo proteico de los derechos humanos al sistema institucional de gobernanza global europeo, esta vez con el macrismo, el otro gran invento de la crisis social, y alimentado artificialmente por los estrategas electorales del Frente para la Victoria. El PRO estaba diseñado para ser una copia del kirchnerismo y proponer un nuevo enfrentamiento de capas medias: egresados del CNBA versus egresados del Newman. Ambos, en definitiva, tenían el mismo proyecto económico y la misma concepción del Estado. Este proyecto, sin embargo, fracasó cuando se volvió evidente que la alternancia basada en diferencias cosméticas estaba llevando a la Argentina al más profundo fracaso económico tras 12 años de horroroso estancamiento e inflación entre 2011 y 2023.
La segunda crisis del modelo convirtió a la “derecha” libertaria -que durante las campañas electorales previas había funcionado como una manera de volver simbólicamente operativo e inevitable al sistema democrático fijando un punto externo alejando, delirante y disfuncional, igual que antes el partido de Zamora- de repente en una opción política viable que empezó a estimular la imaginación de una ciudadanía no solo desencantada sino totalmente fundida por la alternancia entre kirchnerismo y macrismo. El “campo democrático” (que va desde Larreta hasta Bregman, desde Juli Strada hasta Nicolás Massot) nunca supo -y todavía no sabe- cómo reaccionar ante esto y, en cambio, propuso como oposición una performance de denuncia e indignación ineficaz, violada, pésima, incapaz de convencer a nadie, etc.
La crisis del universalismo occidental nos sumerge en un estado espectacular de apatía y trasgresión. Apatía porque por un lado nos chupa terriblemente un huevo todo lo que pasa en la política. Y la elección de Cristina como presidenta del PJ parecería ser la confirmación de este hecho y su decodificación ominosa por parte de un peronismo que ha renunciado a la representación. Porque Cristina aparece hoy como una mina que cobra la ofensiva cifra de 35 mil dólares por mes de jubilación (y que encima pelea judicialmente por esa jubilación) cuando mi mamá cobra 250 dólares. O sea, es una millonaria, agotada y melancólica, incapaz de convocar a nadie nuevo al peronismo. El mensaje que su elección nos manda es: como no podemos convencer a nadie nuevo, ya no tenemos argumentos, ya estamos muertos para siempre, ya somos ricos, al menos que no se nos vayan los pocos que nos quedan y que nos aseguran nuestras pocas bancadas para sostener la pyme.
Por otro lado, transgresión porque hay un deseo genuino y manifiesto en el pueblo argentino de querer hacer concha todo el sistema político. O al menos, se mira con cierta satisfacción cuando alguien más se postula para bombardearlo por nosotros. Los argentinos le dicen al lion: aborto, democracia, DNI no binario, universidad pública, INADI, INCAA, Conicet, PROCEDA COMPAÑERO JAVIER GERARDO MILEI, CUENTA CON NUESTRO APOYO.
En este sentido, Milei es el único (el único en serio eh) que no busca apelar a una clase media sino que habla en nombre de los trabajadores. Por eso muchas veces las terminales de la clase media dicen que Milei quiere gobernar un país “sin gente” o que “es fácil bajar la inflación dejando a la gente afuera”. Pero cuando dicen “la gente” es fácil detectar que en realidad se están refiriendo a ellos mismos, o sea, a la clase media, anarquista, neurótica, crónicamente insatisfecha y culturalmente derrotada, que cree representar los intereses de los sectores populares pero en realidad los odia y los condesciende, cuyo sueño político de fundar una élite gobernante sin base social y sin sector económico hegemónico -un país de sociólogos y delegados de ATE- fracasó una y otra vez y va a seguir fracasando.
En cambio Milei, como decía, le habla a los trabajadores. No obviamente a los trabajadores asalariados registrados sindicalizados que son nuestro simulacro de nobleza decadente, sino a aquellos que de forma creciente, desde los ‘80 hasta acá, fueron quedando afuera del sistema y desparramados entre las grietas del modelo, desvinculados de la estructura laboral formal, de sus instituciones aristocráticas y de su horizonte de representación, y que fueron descubiertos hace dos meses por los jóvenes neoliberales y por la legislatura porteña que los financia para ser geniales. Bien por ellos. Esos trabajadores que -como los pizzeros mendocinos que bardearon a los científicos del CONICET en Potrerillos- están lumpenizados hasta el punto del resentimiento social. Ahí hay una verdad: la verdad del antagonismo social. Ese antagonismo emerge de forma arbitraria e injusta, siempre se filtra por las grietas de la locura, la estupidez y la anormalidad, pero expresa siempre la erupción de una verdad reprimida e inconfesable que el peronismo dejo de ser capaz de procesar, leer e interpretar.
Esto es lo que realmente sitúa a Milei como una verdadera erupción del peronismo real, más allá de la pelotudez de si defiende o no ideas industrialistas, otra gran mistificación de los derrotados. Es decir, Milei es el único político en la Argentina capaz de nombrar a un colectivo social reprimido del discurso público y utilizando la retórica antiestablishment que el peronismo despreció desde hace ya mucho tiempo por el confort de la pertenencia y de la permanencia. Esto quiere decir que Milei es la última referencia realmente existente de la retórica anticapitalista sobre la lucha de clases.
El gordo Dan es el inconsciente desatado del peronismo reprimido
Como buen epígono del multiculturalismo el kirchnerismo en las últimas dos décadas pobló el discurso del Estado de “cosas que empezaron como método, se convirtieron en ideología y terminaron como dogmas”. De vuelta, algo que ya escribí: no reprimir la protesta social en el post-2001 se convirtió en no reprimir el delito, el juicio y castigo a los genocidas se convirtió en desfinanciar nuestras fuerzas armadas, etc. A lo que se acusa de “progresismo” no es a que los homosexuales se casen ni a que las mujeres aborten, en definitiva dos cosas que hacen match natural con el registro liberal del gobierno y de la población argentina, sino a la maraña de normativas del discurso superimpuestas como un virus sobre el canon doctrinario del peronismo y que nos indican que la única manera de oponernos a las políticas de destrucción del salario es… ¿destruyendo aún más el salario a través de la emisión infinita y la generación de inflación crónica? O sea, haciendo de cuenta que lo que sabemos que es verdad en realidad “no es verdad”.
El debate por Cometierra es sintomático de nuestro estado de permanente derrota y fantasía: un libro totalmente aberrante, sin ningún tipo de valor literario, incluido de forma equivocada en un catálogo de “identidades bonaerenses” destinado a abastecer bibliotecas de la Provincia de Buenos Aires, operado por terminales libertarias para hacer quedar al gobierno kicilofista como woke/pedófilo. La respuesta correcta sería reconocer que el libro es una mierda y no representa ninguna punto del espectro de la identidad bonaerense y retirarlo. O, digamos, dar una explicación oficial estatal de por qué el libro está bien incluido y bancarsela y listo. En cambio, lo que obtenemos es un simulacro y un circo en el que el progresismo nos quiere hacer creer que ese texto a mitad de camino entre el erotismo lumpen y la intervención psicológica corrosiva de la CIA es en realidad un texto sagrado de la resistencia contra el fascismo y una obra cumbre del canon argentino moderno, hasta el punto que el propio gobernador Axel Kicillof rehúsa a explicar el criterio de inclusión de Cometierra en el catálogo, acepta sin embargo fotografiarse a sí mismo leyéndolo y lo publica en sus redes como una especie de gesto melancólico de lucha contra el avasallamiento de la república, lo que no puede más que hacernos sospechar que hay un interés específico en sostener el aislamiento y la enajenación del gobierno provincial y del peronismo y en evitar una discusión política real. La conclusión natural es no solo que el equipo de comunicación de Kicillof cobra guita de los fondos reservados de la SIDE sino que el propio gobernador está en ese payroll y, aún más, todo el país es, a esta altura, una operación de redes de Santi Caputo.
La “militancia de derecha” que las almas bellas de los programas del trotskismo emocional denuncian todos los días en realidad es un efecto liberador producido por la rebelión frente a estos efectos del lenguaje -la densa red de “modales” que apoyan las libertades en nuestras sociedades neoliberales decadentes. Los libertarios no temen las incertidumbres de la libertad y la permisividad. A lo que temen es, por el contrario, a aquello que experimentan como una red opresiva de regulaciones y falsedades que, bajo el velo de la “habilitación del placer” en realidad prohiben nuestro goce y sentido trascendente: como en toda la literatura “erótica”, lo que en Cometierra es la narración explícita y grotesca de una escena sexual disfrazada de liberación, en realidad es un mecanismo de sublimación que desplaza y obtura sexo en tanto encuentro con lo Real por su artificialización inofensiva.
Esto resulta obvio en el discurso memético, caótico y esotérico, que conecta la cultura irreverente que perfora los tabúes y consensos sociales sobre los que se asentó el orden hegemónico durante las últimas dos décadas: burlas a discapacitados, a putos y a travestis, celebración de la muerte de madres de plaza de mayo, odio a figuras de la izquierda, acusaciones livianas de pedofilia, todo en un tono de agradable carnaval. La fijación sexual, la obsesión con lo neurodivergente, la provocación hedonista y las capas de ironía son elementos que hacen diverger al discurso de derecha libertaria con el de la derecha tradicional, nacionalista, católica, que en general es seria, cenicienta, nostálgica y meada, que todo el tiempo recurre a un pseudo-cientificismo como forma de mistificar su propio sentimiento de inferioridad, y que por eso nunca sedujo ni seducirá a nadie. El mejor ejemplo de este registro es previsiblemente el del Gordo Dan, a quien todos siguen calificando aún hoy de nazi, negacionista, misógino, violento, etc cuando objetivamente no debe ser ni la décima parte lo perverso, autoritario y cocainómano que cualquier cuadro intermedio de La Cámpora de mi época (o al menos, de esto último hay testimonios y registros de sobra y en cambio del Gordo Dan aún pesa el beneficio de la duda). Y por eso es el mejor de ellos: porque los sigue horrorizando cuando el peronismo es evidente que ya hace tiempo ha perdido el aguijón. Detrás de este tipo de horror moralizante, sin embargo, se expresa el triunfo de la operación discursiva y política de la “nueva derecha”, pero sobretodo la gran derrota de la imaginación progresista que, puesta a defender el orden cultural del que fueron beneficiarios material y simbólicamente son incapaces de igualar las dosis de irreverencia y desenfado del adversario y, en cambio, empiezan a balbucear bajo las incómodas modulaciones de la autoritaria raison d’etat.
Por eso bajo la gran paradoja de nuestra época, los peronistas funcionan bajo la política del temor, formulada como una defensa frente al avance potencial de algo que se presenta y se percibe como ominoso. Esta política se vuelve, así, una política del statu quo y funciona como una pospolítica: no rompan esto, no modifiquen lo otro, no toquen nada, dejen todo como está, que funciona todo como el orto pero al menos es lo que conocemos! En este sentido preciso, como dije, es que los que se dicen peronistas no pueden ser nunca peronistas: porque su imaginación se encuentra fijada en las coordenadas del antiperonismo, es decir, en la conservación de todo lo existente -aunque no le sirva a la Argentina ni a sus ciudadanos, en función de una razón trascendente que en teoría solo conocen ellos. Por supuesto, cuando defienden un orden quebrado, gastado y que empobreció a la mitad de a población, no lo hacen solo porque tengan miedo del futuro sino porque tienen intereses materiales específicos involucrados -flujos de cajas, contratitos de mierda con subsecretarias provinciales y legislaturas, etc.
Horacio González afirmaba, en cambio, que el peronismo funciona en “la escisión, el quiebre, que anulaba lo que él mismo representaba y representaba, anulado, lo que decía tener voluntad de hacer”. Es decir, que el peronismo de la resistencia es un peronismo desestabilizado, sin lengua específica, desestatizado. Un peronismo, o sea digamos, anarco-capitalista. Su ethos de acción está ligado a las mentalidades clandestinas y conspirativas, que todo el tiempo atenta contra las estructuras del poder incluso cuando está dentro de ellas. De ahí que el peronismo sea “la expresión de la crisis general del sistema burgués argentino, pues expresa a las clases sociales cuyas reivindicaciones no pueden lograrse en el marco del institucionalismo actual”, según J. W. Cooke, “el oficialismo se descompone, las castas militares se pelean, las disensiones internas de la oligarquía y sus servidores se agudizan porque existe el peronismo, porque constituimos una amenaza que no les deja entregarse al jueguito tranquilo de la democracia representativa”. ¿Qué resuena hoy más cerca de esta frase -con una mano en el corazón- el kirchnerismo o las fuerzas del cielo? ¿Wado de Pedro, el burgués aletargado, o el Gordo Dan, el rabioso anarco terrorista?
La militancia progre-peronista está toda fundida y la militancia libertaria en cambio construye desde abajo y verticalmente
Apenas pasado el balotaje que coronó a Milei como presidente se consolidó una nueva ola de streamers peronistas que empezaron a hacer balance de las elecciones y a contarle las costillas a la fallida última encarnación, la peor, del peronismo melancólico. La principal figura, y la más sobresaliente por su inteligencia y carisma, fue Tomás Rebord. La crítica que hacían al peronismo era limitada y no necesariamente muy insidiosa, pero para muchos involucrados (o sea, para los ex funcionarios), celosos de que su intervención en el gobierno de Alberto exponga no tanto el fracaso del proyecto político sino que los queme a ellos personalmente, era suficiente para emitir proclamas atacándolos como pantalla de humo. La crítica principal que le hacían a Rebord es que en lugar de emitir cómodamente detrás de un micrófono -un gesto que ellos interpretaban como hedonista, cómodo y frívolo- había que “militar”, llamado que se coloreaba con la retórica estetizante y antipolítica habitual de La Cámpora (poner el cuerpo, la patria es el otro, etc).
Esa batalla ya pasó y la ganaron, al menos culturalmente, los streamers. La Cámpora se hizo financiar un canal de stream que fue un fracaso total, como todo lo que La Cámpora emprendió alguna vez en su historia excepto facturarle al Estado, y hasta el mismo Máximo no fue capaz de defender a la orga cuando le preguntaron en El Loco y el Cuerdo, momento en el que solo atinó a balbucear la respuesta menos inspiradora de la historia (“la Cámpora, con sus aciertos y errores, es un buen lugar”, “a veces funciona mejor y otras no tanto, no es infalible”, etc.). Ya cuando tu jefe político pierde la fe hay poco que hacer.
Esto no es culpa del pobre Máximo, sin embargo, sino que entre las muchas cosas que expuso el triunfo de Milei y la evidencia del fracaso del neoliberalismo en la Argentina está la bancarrota del modelo de militancia tradicional del peronismo bajo el que estos pibes siguen formateados. Un modelo de militancia que, especialmente a partir de 2010 mistificó bajo un discurso altruista la voracidad individualista de lograr un enganche, aunque sea pequeño, en los flujos monetarios producidos por la dinámica de degeneración fiscal desplegada por el modelo neoliberal en su fase progresista.
El modelo de la militancia progre-peronista tiene un esquema extractivista simple y en principio estaba destinado a funcionar bien: las orgas rentabilizan la energía vital de sus militantes, a quienes van extrayendo su juventud, su espíritu, su inocencia y su alegría y la transforman y operacionalizan como poder de movilización y negociación en la mesa política. Máximo de hecho lo reconoce abiertamente en esa entrevista en El Loco y el Cuerdo: “La fuerza que vos tenés en una negociación o cuando tenés que ir a convencer a alguien también se expresa, porque no es lo mismo que vaya uno solo, así sea el chamuyero del año, a que vaya hablar uno que dice ‘che, te pongo 50 mil personas’ que además son personas que saben de qué se trata, están convencidos de lo que quieren”. A cambio de tu alma te ofrecen un espacio de pertenencia, una pequeña cartografía sexual, una misión religiosa trascendental y la eterna promesa de engancharte en el Estado, en un puesto donde “vas a transformar la realidad” pero que, en cuanto llegás -si llegás- te das cuenta que consiste en realidad de posponer proyectos porque todavía faltan acuerdos entre subsecretarios y comer bizcochitos. Desde el punto de vista del modelo de negocio funcionan más como una petrolera con una fachada de empresa tech que como una organización armada o una iglesia.
Pero pasaron dos cosas que destruyeron este modelo casi perfecto. En 2015, después de chicanear al propio candidato toda la campaña, ganó el hijo de mil putas de Macri y tuvieron que salir corriendo del Estado nacional. De hecho en esas elecciones el kirchnerismo perdió casi todo lo que disputó y las orgas se tuvieron que replegar en la república libre de Santa Cruz, que fue casi lo único que le quedó al peronismo con cierta dignidad y autoridad. Claro, por más depravación fiscal que desatasen, el erario público de la provincia era magro para sostener a la totalidad de la hipertrofiada estructura, así que en ese momento tuvieron que dejar en el aire en la desbandada a un montón de pibes, sin contrato, con contratos basura, totalmente quemados, etc. Macri, que era un neoliberal progresista de manual, se ensañó apenas con ellos y, aunque sobredimensionaron el llanto, es cierto que a muchos los cortó. Este hecho produjo un primer desencanto y reflujo, una primera sensación de engaño después de la arrogancia desatada de los años previos en la que todos se creían inmortales y la impresora de billetes infinita.
Y después llegó 2018, cuando la “revolución de las pibas” desató una ola de denuncias de violaciones y abusos que prendió fuego a casi toda la línea de cuadros intermedios de las orgas, todos chicos para nada sospechosos, para nada adictos a la cocaína, que fueron expulsados y reemplazados por mujeres empoderadas y sentimentales, en ningún caso que aprovecharon la volteada para escalar. Claro, la caida de estas segundas, terceras líneas fue solo en apariencia, porque en realidad en todos los casos se reciclaron en roles laterales y oscuros, como parte del deep state camporista o bajo unas figuras muy exóticas de co-conducción. La ola de denuncias y su resolución trágica y farsesca implicó un segundo momento de desencantamiento fuerte que terminó de fundir a los que todavía se sostenían agarrados como podían.
Estos dos hechos, quizás silenciosos, desprestigiaron no solo a las orgas sino que expusieron la fundición total del modelo verticalista, extractivista, financiado por nuestros impuestos, individualista, gorila y estéril de la militancia política peronista, que convirtió a la política en un pasatiempo hiperprofesionalizado y cerrado para minorías ilustradas y arribistas. Desde 2015 mínimo que ninguna orga convence a nadie de votar a un candidato peronista, mucho menos de volverse peronista. Hoy, si sos realmente peronista, el hecho 100% altruista y pro Argentina no es fundar una básica sino conseguirte un laburo en el sector privado. Es lo que les recomendaría. Dejen de vivir de nuestros impuestos.
Pasó una tercer cosa que también fue importante y que les terminó de dar el golpe de KO. Apareció la militancia libertaria, que a diferencia de la abnegada y generosa militancia peronista, siempre conectada a la aristocracia neoliberal por el cordón umbilical de oro del presupuesto de la legislatura porteña, promovió un modelo totalmente opuesto: desburocratizado, desprofesionalizado y no aspiracional. Es decir, realmente por fanatismo hacia el proyecto político, un poco también por revanchismo, y no por la promesa de inserción estatal. La militancia libertaria combina perfectamente -al menos por ahora, hasta que las mieles del ejercicio y el ejecutivo todo lo deformen, como es inevitable- la máxima verticalidad de línea (un solo origen de emisión) con la máxima horizontalidad de ejecución (dispersión total de militancia a través de internet), algo totalmente opuesto al kirchnerismo que melancólicamente combinaba heterogeneidad de líneas (muchos emisores, millones de caciques, o de a momentos ausencia total de línea) con máxima verticalidad en la ejecución de algo que no se sabía qué era. Es decir, la muerte absoluta de la espontaneidad, de la discusión y de la trasgresión. En este último sentido, el libertarianismo, en la medida en que está vivo y hormiguea, también encarna la verdadera esencia de una política peronista pulsional e irreductible, que habita la matriz argentina, que se moviliza sentimentalmente entre el liberalismo popular y el sindicalismo cristiano, y se autoorganiza, frente a un modelo moralista secular que aplastó toda iniciativa individual.
Diego escribiste el mejor texto del año.
Sacá el puto libro, Vecino