Me cansé de no poder bardear a Ofelia solo porque ella es joven e inteligente y yo soy viejo y pelotudo
En 2010 la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires revisó una denuncia presentada por padres de la escuela N° 13 Raúl Scalabrini Ortiz. Los denunciantes objetaron contenidos del taller “Más allá del dinero”, dictado a alumnos de quinto y sexto grado, que tenía como objetivo brindar “habilidades financieras básicas para el futuro de los alumnos”, entre ellas enseñar los rudimentos del dinero y de cómo administrarlo, los beneficios de abrir una cuenta bancaria, manejar las finanzas hogareñas y transmitir los aspectos positivos de emprender. El curso estuvo impartido por la ONG Junior Achievement y tenía el auspicio de los bancos HSBC y Citibank.
Luego de examinar el programa, la Defensoría concluyó que el curso conformaba una “propuesta sesgada, en tanto se presenta a los alumnos un único esquema de percepción de la realidad social y de aproximación al mundo del trabajo, las finanzas, las empresas, el ahorro, el dinero, el consumo, la educación, la pobreza y la acumulación de riquezas” y sugirió que “debía ser complementado e incluso confrontado con otros que aporten miradas alternativas de la realidad social y del funcionamiento del sistema financiero y la sociedad de consumo, así como también que adviertan acerca los riesgos de su idealización”. La principal objeción de la Defensoría se centraba en la inclusión, dentro de la escasa bibliografía, del libro Padre rico, Padre pobre, de Robert Kiyosaki.
La posición en contra del libro de Kiyosaki no estaban mal, en la medida en que aceptemos la pertinencia de los argumentos del progresismo académico (que es algo que va perfecto con mi sensibilidad cogida de egresado de sociales de la UBA): las premisas de Padre rico, Padre pobre esencializan la pobreza, asociándola con un cierto tipo de mentalidad y velando la más compleja y fundamental trama de la explotación social y la desigualdad. El taller, de esta manera (cito el informe de la Defensoría), “se inscribe en una visión jerárquica y estereotipada de la realidad social a partir de la cual se presentan a los/as alumnos/as [NdeR: todavía no existía el lenguaje inclusivo] modelos ideales, únicos, universales e, incluso ‘exitosos’ de representación del mundo del trabajo, la educación, la empresa, las finanzas, el consumo, las relaciones de clase, etc”. Huelga decir que modelos alternativos y con mucha más chapa que la autoayuda financiera -como los de la lucha de clases o la armonía entre el capital y el trabajo- probablemente sean igual de ideales, únicos, universales, estereotipados, etc. en su representación de una realidad social, aunque con la pequeña salvedad de que son acaso más bellos en su desarrollo narrativo y nos conduzcan a sociedades menos cínicas y más cristianas.
En fin, la denuncia de los padres y la devolución de la Defensoría atravesó ese 2010 y el 2011 sin que a nadie le importe, hasta que en 2012 se reflotó mediáticamente cuando el PRO denunció que la Dirección de Fortalecimiento de la Democracia (sí, así de perversos fuimos), que dependía de la Jefatura de Gabinete, y que estaba a cargo de Franco Vitali, estaba impartiendo un taller llamado “El héroe colectivo” en donde se invitaba a los alumnos a participar de un juego de mesa inspirado en El Eternauta en el que los alumnos tenían que tomar decisiones en grupo para evitar morir bajo la blanca nieve que por supuesto simbolizaba al neoliberalismo. En un video que circulaba filmado con un celular pixelado de la época se escuchaba a un militante de La Cámpora encargado de la ejecución del taller diciendo algo tipo “la situación inicial de El Eternauta, en la que un grupo de amigos se encuentra de pronto encerrado en una casa, aislados, solos, rodeados de desolación y muerte por una nieve mortal, es algo similar a la situación en la que se encontraba nuestro pueblo cuando Néstor asumió la presidencia en 2003”. Así de arrogantes y bien restregadas en tu cara hacíamos las cosas en esos años de vanidad.
Junto con las muestras de indignación republicana de rigor, el PRO habilitó un 0800 para que los padres puedan llamar y denunciar si en los colegios militantes kirchneristas estaban adoctrinando a sus hijos con este juego de mesa stalinista. Frente a esto, los medios afines al gobierno nacional (pueden buscar las notas en Página/12 y Tiempo Argentino porque todavía están en internet) respondieron que la medida era hipócrita porque había sido el macrismo el que, en la Ciudad de Buenos Aires, había abierto inicialmente las puertas al verdadero adoctrinamiento de nuestros inocentes niños en los perversos valores empresariales y de libre mercado de la mano de la ONG atlantista Junior Achievement.
Junior Achievement fue en ese momento un enemigo perfecto para nosotros porque había sido traída a la Argentina por Ricardo Zinn, un hijo de mil putas consumado al que seguramente conocerán, pero que los invito a googlear en caso de que no les suene. Además, por esos años el presidente de la ONG era Cristiano Rattazzi, y se financiaba con aportes de Cargill, Ford, el HSBC, Monsanto, el Deutsche Bank, entre otras instituciones de bien público. En fin, solo le faltaban las dos tibias y la calavera en el logo para transparentar sus intenciones de intervenir la psicología argentina en favor de la venta de los acuíferos a Lockheed Martin. Nosotros preferimos victimizarnos, sin embargo, en lugar de hacerlos mierda. En un artículo muy citado de un pedagogo progre del CCC, Pablo Imen (el significante nunca miente), titulado Junior Achievement o la pedagogía del capital se afirmaba que “la Argentina está haciendo un enorme esfuerzo por desandar la calamidad neoliberal. Esto implica cuestionar las propuestas mercantilistas cuyo objetivo es el lucro y sus efectos: la reproducción ampliada de la desigualdad y la injusticia”.
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Todo esto hubiese sido hermoso, justo y conmovedor sino porque por esos años el gobierno kirchnerista estaba expulsando a la CGT de la coalición de gobierno amparado pura y exclusivamente en la alergia que tenía Cristina a todo lo que oliese, hablase o caminase como negro (un anticipo del me too argentino). En la buena entrevista reciente que Tognetti le hizo al compañero Julio De Vido para el canal Red, el ex Ministro de Planificación y héroe de la patria contó que el punto de quiebre de una tensión que había venido in crescendo desde la muerte de Néstor sucedió cuando durante el cierre de listas del 2013 bajaron a Juan Carlos Schmidt, del sindicato de Dragado y Balizamiento, del tercer al sexto lugar en Santa Fe para poner a Marcos Cleri, un buen chico de La Cámpora que hoy se encuentra cursando una maestría en Ciencia Política en FLACSO.
Después de muchos años de crecimiento a tasas chinas, industrialización y grandes logros sociales, 2010 fue el año en el que Argentina registró la menor tasa de trabajo informal de toda la década ganada: un 32.5%. Es decir, 1 de cada 3 trabajadores asalariados. O, para decirlo de otra manera, el mismo porcentaje que en 1995, uno de los años menos luminosos del menemismo. En 2011, sin embargo, ese número ya había subido al 33.9% y nunca más iba a bajar. En el primer trimestre de 2019 era del 35%. Y en el primer trimestre de 2022, durante el gobierno de Alberto Fernández fue del 38%.
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En El nuevo espíritu del capitalismo, Luc Boltanski y Eve Chiapello argumentan que hubo tres olas de renovación utópica del capitalismo. La primera, tal como la describió Weber, vinculada a la ética protestante y a la figura del burgués ascético y emprendedor. Esta fase se centraba en las narrativas de frontera, de moderación y de predestinación espiritual. La segunda, propia de la posguerra, encontró en la gran corporación y en la figura heróica del gerente asalariado, su horizonte cultural. Esta fase valoraba la eficiencia económica y la expansión, pero también la seguridad; carreras estables, un entorno de trabajo protegido, trayectorias predecibles y una buena jubilación al final del camino. Hacia los años ‘60, sin embargo, el agotamiento del orden de posguerra produjo el astillamiento de sus sistemas de valores, algo a lo que contribuyó sobre todo la convergencia entre el pensamiento neoliberal y el de la new left. Esta alianza, expresada en la matriz sentimental anti estatal y anti sindical de los movimientos feministas, LGBT y de derechos civiles, empezó a cuestionar a la sociedad salarial por ser opresiva y restringir la libertad de los individuos, funcionalizando simbólicamente la incorporación al mercado de segmentos antes excluidos como forma privilegiada de emancipación personal.
Boltanski y Chiapello caracterizan esta tercera ola de transformación y renovación del capitalismo como aquella que internalizó exitosamente el ethos de la contracultura, reemplazando la racionalidad impersonal por un nuevo sistema de producción basado en la creatividad, la autonomía, el autoperfeccionamiento y la desorganización, capaz de servir mejor tanto al capital financiero como al capital tecnológico, cuya alianza fundamentaría el nuevo orden económico naciente. Este nuevo espíritu del capitalismo fundaría su horizonte existencial en las apelaciones a la flexibilidad, la autoexpresión y la adaptabilidad. En su momento inicial de mayor vanguardismo, los manuales de management de los ‘70 y ‘80 citaban a Ho Chi Minh y a Mao como ejemplos de líderes exitosos y disruptivos, referencias que progresivamente fueron reemplazadas en los ‘90 por la autoayuda financiera que, sin embargo, sostuvo los mismos core values.
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Hoy el peronismo neoliberal, acostumbrado a pensar el mundo como si hubiese nacido con ellos, descubre como drama generacional lo que en realidad es un problema social estructural de la Argentina de los últimos 40 años. No podría hacerlo de otra manera, sin embargo, porque ellos mismos son residuos culturales complejos del mismo proceso que en nuestro país produjo a estos sujetos que hoy dicen despreciar el aguinaldo y la indemnización a cambio de “manejarse los horarios”: hijos de psicoanalistas, de militantes fundidos del PC, de cineastas trans (muy buenos, por cierto, recomiendo la trilogía del tenis de Lucía Seles), de periodistas de izquierda, etc. Educados en jardines Montessori y Waldorf, hijos de la usina liberal del CNBA, egresados de la Universidad de Buenos Aires con maestrías en la UTDT, fanáticos del Kuelgue y de Ca7riel y Paco Amoroso, habitués del circuito porteño teatral y gastronómico, con un breve paso por la expresión corporal y las artes dramáticas, influencers y streamers en canales de youtube pegados, disfrazando bajo la apelación fantasmagórica al trabajo “colectivo” su hiperindividualismo y sus pretensiones de protagonismo y estrellato, ellos mismos son la proyección equivalente e inversa de esos melancólicos trabajadores de plataformas.
La paradoja es, justamente, que aquellos que caracterizan mal al neoliberalismo como una ideología de elites financieras malvadas que pretenden la destrucción del Estado son a su vez individuos neoliberales (quizás los más neoliberales), y esa caracterización aparentemente combativa disimula y funcionaliza el sentido común que sostiene la internalización del orden y sus valores. Al leer la historia del neoliberalismo solo como la historia romántica de un pueblo que lo resiste, se vela su dimensión trágica y seductora de tecnología del yo y régimen libidinal, es decir, se esconde la verdadera historia del neoliberalismo como la historia de un pueblo que no solo lo acepta sino que lo reclama, adoptándolo con desesperación en tanto promesa de integración al mundo, vía rápida hacia la modernización cultural y estrategia de reconstrucción del orden social fracturado por el caos africano de las sucesivas crisis económicas. Lo que se inició en los ‘70 y en los ‘80 no fue simplemente un cambio de meras políticas económicas sino, fundamentalmente, una transformación profunda en la manera en que los individuos se conciben y se gobiernan a sí mismos.
El caso de Junior Achievement nos indica que el discurso de la autoayuda financiera ya tenía alta pregnancia social y una intensa militancia institucional hace 15 años, mucho antes de la llegada de las plataformas de extracción de datos. Por otra parte, cualquier comprobación de los datos de informalidad hacen fácil observar que el mercado laboral ya venía estallado desde mucho antes de 2024: kioskeros, fleteros, vendedores ambulantes, cartoneros, etc. Frente a una sociedad que ya era profundamente neoliberal pero que encima estaba en proceso de acelerada actualización de sus herramientas teóricas y sentimentales a través de las categorías y tecnologías morales de la autoayuda financiera, nuestra respuesta fue una combinación improductiva pero fácilmente reconocible de negación, postureo y discurso de barricada que reforzó la sensación de inevitabilidad del proceso. Hoy el intento sincero de comprender la informalidad laboral parece llevarnos nuevamente en la misma dirección. Lo que nos trae al documental de Ofelia, ¿Cómo ganar plata? [CGP, en la jerga estatal porteña]
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Ofelia es genial, carismática e inteligente, la gran esperanza blanca de un peronismo hiper cogido, y se que en algún sentido no estoy habilitado a criticarla porque su juventud y vitalidad contrastan con mi vejez, mi resentimiento y mi derrota. Así que voy a intentar hacer esto rápido para que podamos volver a nuestra urgente resistencia contra el fascismo.
En primer lugar, el documental de Ofelia encuentra una limitación evidente en el hecho de que no es capaz de ofrecer respuestas, ni siquiera parciales, a la crisis de empleo que es en realidad, como intenté mostrar, una crisis de valores producto de un enganche desequilibrado y tortuoso de la Argentina a la última fase del capitalismo (y, más recientemente, un enganche aún más deforme al inminente poscapitalismo). No solo no es capaz sino que renuncia activamente a hacerlo. El progresismo es adicto a la repetición de este gesto un poco banal de contentarse con simplemente “repensar”, “visibilizar”, etc -como si esto fuese algo más que una botella arrojada al mar del narcisismo- en tanto permite sacar a este tipo de intervenciones del ámbito de la política, incluso del de la reflexión, y ubicarlos más próximamente en el de la influencia, sin por eso perder el halo de altruismo y sinceridad, que son los grandes commodities de nuestro siglo. La comodidad de este tipo de intervenciones hunde sus raíces en la propia construcción de subjetividades neoliberales en la medida en que nos permite sostener la ilusión de estar interviniendo en la realidad a costo cero, con lo cual CGP se haya de forma peligrosamente cercana a la actitud del cínico e iluminado crítico cultural que señala con dramatismo los grandes problemas de la sociedad occidental pero renunciando a la transformación política, con el único objetivo de hacer lucir su condición de auteur sensible y basadito -este substack es un ejemplo trágico de este tipo de actitud, y que el docu de Ofelia se parezca más a este substack que a un buen ensayo de intervención me parece una deficiencia grave.
Lo que parece augurar este tipo de actitud es la mistificación del mercado laboral en las condiciones en que se nos presenta actualmente: un día el trabajo funcionaba como ordenador de la vida social e íntima de los individuos y un día eso dejó de suceder. Oops. Y, sí, claro, esto fue así. Pero también hay espacio para recordar que ese pibe de Rappi o esa docente hippie de danzas que hoy sacralizan la experiencia fantasmagórica de su libertad por sobre su seguridad porque “en una oficina 8 horas me moriría” son el producto de 40 años de penetración traumática -en un sentido casi literal- y reconstrucción de nuestras subjetividades bajo el nuevo ciclo de acumulación del capitalismo. ¿Por qué si en los ‘80 nadie le preguntó a los trabajadores sindicalizados qué preferían -si autonomía y autoexpresión o aguinaldo- en un documental cool y estetizado antes de hacer estallar por los aires el mercado laboral, ahora tenemos que tener en cuenta los deseos prefabricados de los trabajadores precarizados para diseñar nuestras políticas de empleo? ¿Para ganarle elecciones a Milei?
La incapacidad de CGP para leer lo que está detrás del discurso -su pereza para notar que las apelaciones idealizadas a la libertad que hacen los trabajadores esconden en realidad una angustia fundamental frente a una actividad laboral que los sobreexplota y neurotiza, es decir, que cuando dicen que les encanta disponer de su tiempo en realidad están pidiendo a gritos un poco de estabilidad pero no pueden expresarlo porque nunca la Argentina fue capaz de presentarles otra cosa- es desesperante. Pero, a la vez, parecería ser sospechosamente afín a la línea de quien pone la guita para financiar el documental, uno de los principales think tanks detrás de la propuesta del salario básico universal, el punto en el que el neoliberalismo y el tecnofeudalismo convergen en la renuncia definitiva a diseñar un proyecto de sociedad que sea capaz de incluirnos a todos.
Esta pereza emerge en la constante editorialización de Ofelia, que guía burdamente los escasos momentos de diálogo e indica a los entrevistados qué deben decir, para luego completar con largas parrafadas por si al espectador cognitivamente disminuido no le quedó clara la obviedad que acaba de ser expresada. Al final la sensación es que trabajar en una fábrica es aburridísimo y ser camarera es una aberración que te somete a la peor violencia machista, pero ser cartonero en cambio ofrece una vía de redención colectiva y espiritual que todos deberíamos probar. No lo se Rick. Yo soy re progre y también detesto la estigmatización a la que el sentido común de la clase media somete a los cartoneros, pero hay un punto en el que un ejercicio honesto de la reflexión tiene que ser capaz de interrogarse acerca de la romantización de la marginalidad y de refundar una ética del trabajo asalariado formal para nuestro país hiper cogido, sino vamos a morir en la dependencia material y simbólica, hechos pija para siempre. El peronismo tiene que recuperar su verdad histórica, no simplemente estar en mejores condiciones de disputar un electorado que nos odia en unas elecciones de medio término.
Finalmente, lo que emerge de entre las griegas de CGP es que ninguno de los guionistas ni de los realizadores ni de los que ponen la plata laburó nunca en otro lado que no sea adheridos a los azulejos del sistema de comunicación (conectado al Estado) o en profesiones liberales (sirviendo indirectamente a la burocracia del Estado) o directamente en el Estado. En cambio, hay una especie de proyección prejuiciosa de lo que es el mundo del trabajo que por alguna razón tendríamos que aceptar como inevitable y que ni siquiera es capaz de shockear u horrorizar al espectador porque la selección de entrevistados es recontra reprimida y chota. No hay una buena piba de escuela católica que se haya volcado a hacer Only Fans frente a la desesperación de un mercado laboral que la expulsa, no hay un pibe de una villa que haga scalping o se haya armado un buen ponzi para cagar vecinos o unos cursos de inversión para transmitir a sus amigos la mentalidad de tiburón, no hay un programador que cobre en BTC y evada impuestos (es decir, no hay tampoco “ganadores” del nuevo mercado laboral). En fin, no hay nada. En el lugar de un cryptobro nos tenemos que conformar con Juan Ruocco (un genio, pero es una decisión de casting mega cagona), en lugar de una OF recibimos una influencer sin capacidad de discurso a la que la entrevistadora tiene que obligar a decir que se siente oprimida por el algoritmo, y para contrapesar al cartonero nos ofrecen a una mala entrevista a un ex policía que se regala con una cadenita de Chicago (y sí), con el que Ofelia conversa aterrada, guardando una distancia de 15 metros y que en lugar de una conclusión sobre la dignidad del laburo y una exigencia de mejores salarios le produce una predecible reflexión moralista sobre los peligros de sobrecargar de trabajo a un tipo que carga un fierro. O sea digamos, un pijazo. Al cabo de una hora es inevitable no sentir que no hay valor documental real en CGP sino apenas cierto potencial anecdótico -como una especie de largo episodio de CQC- que quizás le sirva a Ofelia para meterse en alguna mesa de discusión de un peronismo ombliguizado e impotente.
Una cosa es cierta, sin embargo. Con todas sus limitaciones, a Ofelia le alcanza con este documental para marcarle las carencias a todo el resto de los influencers del campo no libertario con cierta obligación de representar algún tipo de difuso espacio de reivindicaciones “jóvenes”. Porque, a diferencia de Ofelia, nadie está haciendo un carajo excepto arrastrarse babosamente detrás de la agenda internista del kirchnerismo melancólico. Al menos en CGP hay una admisión de cierta ignorancia, lo cual es muy poco pero al mismo tiempo no es absolutamente nada. Aunque el documental encuentre su punto de llegada en el mismo sistema de prejuicios que se nos sugiere al principio que se piensa desmontar, Ofelia mantiene su frescura intacta, y siento en el fondo que, más temprano que tarde, le va a llegar ese momento de iluminación en el que se convertirá para siempre en la referente que la ultra derecha argentina necesita.
Diablos Contrarreforma, ahora tengo la misma sensación que me genera ver Joker 2
se les nota a la legua a los que lo hicieron que nunca laburaron de lunes a sábado en un local de re mierda aguantando preguntas pelotudísimas de la gente y rogando que llegue el domingo para tirarte a dormir y no hacer una verga. lo del ex-rati es súper interesante. muchos pibes y pibas se meten a laburar en las fuerzas porque es de las pocas instituciones que todavía te permiten hacer carrera y te dan cierto sostén, pero para algunos son sólo unos cabezas de tacho desclazados.